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viernes, 16 de mayo de 2014

EL DESEO

 El deseo crece como los sarmientos y trepan por sus piernas, oprimen sus muslos, asfixian su sexo y llegan hasta su boca.
-No te tapes. Abandona el pudor. En eso hemos quedado. Ni una sola mentira.
-¿Te gusta verme desnuda? 
-Me gusta contemplar tu belleza abandonada, descuidada y no escondida.
-Alabas algo de lo que carezco.
-Si alguien fuera capaz de definir la Belleza habría que hacerle rey. 
-Entonces dime que entiendes tú por Belleza. 
-Me pides que defina algo tan abstracto como la forma de una nube. Toda aquella cosa que produce placer podría considerarse como belleza. Tomás de Aquino la definía de una forma tan simple como: “lo bello es aquello que agrada a la vista”.
   Para mí es el equilibrio emocional que me atrae hacia lo que contemplo y me gusta, me humaniza y me hace creer. 
-Aproxímate y pega tu piel a mi piel. 
-Deja que busque tus lugares más umbríos en lo que no hay cielo pero sí sabores, aromas y yodos que huelen a amar. Como el sarmiento seguí oprimiendo sus nalgas con mis manos que mordían la estrechez donde ha ubicado o ha escondido la fuente compartida. 
-Abre de par en par la puerta. Hoy no detendré mi caballo en el umbral. Hoy dejaré que se encabrite. -Sufrirás, lo sé. 
-Será un dolor que conmine al placer. 
-El dolor siempre duele. 
-No si tú me lo infliges 
-Volvamos a comenzar al trote. 
    Clava como ayer clavabas las espuelas en mis ijares. Te responderé al instante con una galopada y llenaré tus manos de mí.
En ese momento se hizo efectiva la magia y nos vimos desnudos en los mismos ojos. Yo, centauro con el torso erguido que iba tomando mi forma. 
Ella, Hipólita, ciñendo su cinturón mágico presto para entregármelo como se lo cedió a Hércules.
Se acomodó sobre mis caderas. 
-No te bajes aún. No te dejaré abrevar hasta que confieses que solo eres mío. 
-Lo gritaré ante la puerta de tu gruta. Dime que sientes como galopa el caballo. -Arden mis venas. Me quemas, me abrasas y me incinero en ti. ¡Ay, hoguera que nunca se apaga!
 -Sí, pero ¡grita mi nombre! 
-Ni el agua podrá acallar el bramido de las llamas. 
-Sí, pero que yo lo oiga. 
-¡Arde para mí! Inmólate en la seda de mi lecho o en el azul celeste de tu cama. 
-Aguardo sólo una orden para traspasar el umbral y cabalgar el unísono mientras gritas. Mientras me agito. -Pica espuelas, no te detengas en la incertidumbre y avísame cuando tu orgasmo esté presto para destilarse en mi boca.
     Le complací sobradamente, pero tuvo miedo y se quedó callada. La espuma volvió a derramarse sobre la piel que ardía. 



                               Creado por   HOMOS-ERECTUS


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